martes, 27 de mayo de 2014

Viento

Como en un tremendo trabalenguas de palabras me sumerjo en lo profundo del viento. Todo elemento de la naturaleza tiene un fondo. Un tope. Algo que te hace tocar el suelo.
Y el viento es tan fuerte que mi pelo baila al ritmo de esa música que suena bajito. Vos la cantás.
Abro los brazos, los estiro con firmeza y siento esa energía que llega hasta la punta de mis dedos.
Cierro los ojos, respiro profundo, los abro y lloro.
Es solo una pequeña lágrima que se deshace rápidamente.
Y vos estás ahí, eso me sorprende. Estás tocando la armónica en la esquina. El viento no movió un centímetro de tu pelo. Estás inmutable. Solo tocás y tocás y te dejás llevar por la música.
Mi mente entra en el dilema de siempre y mi corazón lo tiene muy claro. Se quiere acercar a compartir esas notas con vos, a inventar alguna nueva melodía para que le cantes por las noches de desvelo. No importa cuán fuerte es el deseo, me alejo.
Es mi cuerpo el que se siente cansado, me duelen los brazos, están débiles, se cansaron de remar en contra de la corriente. Ya no tengo fuerzas, camino cada vez más lento.
El desgano se apodera de mi alma y en un juego de opresiones en el pecho toda la fuerza que alguna vez tuve para acercarme hacen que en esta dicotomía de quererte tan cerca y sentirte tan lejos me desmaye en la espera y deje que el viento remolinante de esa fría mañana  me traiga hasta acá y me encierre de nuevo en estas cuatro paredes de la nada misma.


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