sábado, 24 de mayo de 2014

I

Lagos de deseos suspicaces se mecen entre mis piernas cansadas de nostalgias dulces.
Y la habitación ya no tan blanca, vacía de presencias que nutren mi cuerpo buscan ese algo.
Y ese algo es uno mismo. Es esa mano gigante que se mete por mi boca y me desgrana las viseras como si fuesen de barro.
Y de a poco voy perdiendo mis órganos.
Uno por uno pasan por esa enorme moledora de carne.
Ya no tengo estómago, ya no tengo pulmones.
Ya no tengo los mismos dolores, ni la misma angustia.
Y respiro porque me armo de nuevo, me hago fuerte. Porque tengo la capacidad de reinventarme como quiero y mis órganos vuelven a crecer para convertirme en otra cosa.
Y ya no duele lo que dolía, y ya no importa lo que importaba.
Respiro como quiero, siento lo que no quería sentir.
Y con ese cuchillo enorme que denomino cambio, abro mi cráneo como si fuese una cacerola repleta de preguntas y las elimino una por una. Explotan manchando toda la habitación con lo que queda de mi materia gris.
Y ya no pienso como antes, pienso lo que quiero. Pienso porque tengo la capacidad para hacerlo. Porque el cambio me pertenece y es todo mío. Me lo merezco.
 Y con este mismo cambio me corto las venas para llenarlas de música, para dejar que el arte fluya, para escuchar al Flaco cantar “Alma de Diamante” desde el cielo y sentirme, hoy, nuevamente, muy viva.


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