Lagos de deseos suspicaces se mecen entre mis piernas
cansadas de nostalgias dulces.
Y la habitación ya no tan blanca, vacía de presencias que
nutren mi cuerpo buscan ese algo.
Y ese algo es uno mismo. Es esa mano gigante que se mete por
mi boca y me desgrana las viseras como si fuesen de barro.
Y de a poco voy perdiendo mis órganos.
Uno por uno pasan por esa enorme moledora de carne.
Ya no tengo estómago, ya no tengo pulmones.
Ya no tengo los mismos dolores, ni la misma angustia.
Y respiro porque me armo de nuevo, me hago fuerte. Porque
tengo la capacidad de reinventarme como quiero y mis órganos vuelven a crecer
para convertirme en otra cosa.
Y ya no duele lo que dolía, y ya no importa lo que
importaba.
Respiro como quiero, siento lo que no quería sentir.
Y con ese cuchillo enorme que denomino cambio, abro mi
cráneo como si fuese una cacerola repleta de preguntas y las elimino una por
una. Explotan manchando toda la habitación con lo que queda de mi materia gris.
Y ya no pienso como antes, pienso lo que quiero. Pienso
porque tengo la capacidad para hacerlo. Porque el cambio me pertenece y es todo
mío. Me lo merezco.
Y con este mismo
cambio me corto las venas para llenarlas de música, para dejar que el arte
fluya, para escuchar al Flaco cantar “Alma de Diamante” desde el cielo y
sentirme, hoy, nuevamente, muy viva.
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