miércoles, 3 de octubre de 2012

La chica de las tijeras

Hace dos semanas, quizás tres, o quizás más, salí a fumar un pucho en el hall del edificio. Me senté, miré los autos pasar a gran velocidad y entre seca y seca apareció ella. Yo hoy la llamo, la chica de las tijeras.
Habrán sido las diez de la noche, o quizás más o quizás menos. No defino bien el tiempo últimamente.  La cuestión es que ella estaba ahí. Parada, mirándome, atemorizándome, esa es la palabra, atemorizándome.
La miré, fijé mi mirada en sus ojos negros penetrantes, hasta que tuve que mirar hacia abajo. Es increíble, por primera vez alguien había hecho que yo baje la mirada. Siempre creí que esa era mi arma, ahora siento que perdí la batalla.
Cuando pude recuperarme de semejante golpe al ego volví a levantar la vista, pero ella ya no estaba.
A los dos días de lo sucedido la volvía e encontrar ahí, en la esquina de mi casa. Me volvió a mirar y me hizo una seña con la mano. Como una idiota me señale el pecho diciendo: a mi? y ella asintió con la cabeza.
Me dio pánico cruzar la calle, pero fui.
Ana, me dijo y no pude decir no que besó mi boca con pasión. Una mezcla de pasión con días enteros, o quizás años de esperar ese beso seguramente.
Cuando me liberé de su roja boca me abrazó tan fuerte que pude sentir sus costillas con las mías. Pobre, sentí pena por su confusión.
Reaccioné a los dos segundos después del suceso y le dije no, no lo soy. Y corrí despavorida como idiota.
Entré a mi casa llorando, asustada, dolida, no se...una sensación difícil de explicar. Ese beso me había marcado.
Por días enteros pensé en lo ocurrido y no pude salir a la calle sin mirar detenidamente la esquina de aquel beso.
Al fin, cuando el delirio se fue corriendo de mi mente me olvidé de esa mágica y alocada experiencia, pero ella no tardó en volver a mi vida. Apareció como el viento en primavera, así de la nada, para gritar nuevamente Ana, suavemente pero con insistencia, y no pude resistir la tentanción de acercarme a su pálido cuerpo.
Volví a decirle, no lo soy, pero por hoy podría ser tu Ana, y la traje a mi casa para besarla nuevamente.
No se como pasó, pero en un instante caí desplomada en el sillón, como si un gigante me hubiese apretado con dos dedos la cabeza.
Al despertar ella estaba ahí, a mi lado, con las tijeras en las manos. Temblé, no miento. Temí por mi vida. No pude moverme por un buen rato, la totalidad de mi cuerpo estaba paralizado mirando su sonrisa.
Ella no dejaba de repetir, Ana, Ana, sos mi Ana, ahora si sos mi Ana.
Al ver que la "paliducha" parecía inofensiva fui a mirarme al espejo del baño. Solo había cortado mi flequillo cambiándolo a recto.
El cambio favorecía mi cara de nada. De ahora en más soy su Ana, y ella, mi chica de las tijeras.



3 comentarios:

X dijo...

Hola, me ha encantado el relato. No me gusta dejar comentarios tan pobres, pero realmente poco más puedo añadir. Como no estoy acostumbrado a leer "en argentino", además, tu narración se me hace exótica y eso es un punto más de atractivo. Volveré por aquí. :-)

atlantis2050.blogspot.com

Lucía dijo...

¿Vale la pena ser otra por la presión del filo de los labios ajenos?.

Me encantó.

Micaela dijo...

mmm, muy buena tu pregunta. Creo que cuando el corazón está herido, y no tiene a quien amar, vale la pena ser lo que ese ser ajeno quiere, simplemente para besar a alguien que te de un poco de afecto. Cuando te sentis nada, un ser ajeno lo puede ser todo. Aunque sea por un momento.