Reencontrarse es... mirarse al espejo y ver la misma cara de siempre de manera diferente.
Reencontrate es distinto. Es acariciar lo conocido y sentirlo diferente. Es besar los espacios que alguna vez recorrí pero ver como tu rostro hace muecas que antes no había percatado.
Reencontrarte es reelegirte. Es mirarte a los ojos y seguir sin descifrar de que color son. Es saber que son claros, es saber que me miran a mi.
Reencontrarte es...tantas cosas mi vida... es atesorar lo viejo y disfrutar mucho más de lo nuevo. Es sentir vergüenza al desnudarme, es no dejar de maravillarme con la armonía de tu cuerpo, es querer impresionarte con cosas que ya conoces de mi.
Reencontrarte es re-encontrarme en vos. Es saber que sos para mi. Es afirmarlo, es renovarlo. Reencotrarte es amarte nuevamente, es saber que ya te encontré y que no quiero alejarme de vos.
miércoles, 24 de octubre de 2012
lunes, 15 de octubre de 2012
yo me quedo en tu balcón
Y si estoy en tu balcón y veo como la luna se refleja en tu rostro es porque algo pasa.
Y no puedo, perdón, pero no puedo aliviar la carga.
Y si te digo que las cosas van a estar mejor, no te estoy mintiendo, solo te oculto que todo puede ser más triste.
Me gustaría animarme y saltar de una buena vez. Atarme para desatarme luego y sentir como me acerco al suelo.
Y no me tiro porque algo me ata, me quema, me asfixia, me conoce. Me conoce demasiado.
No puedo evitar seguir sintiéndome ajena. No pertenezco a ningún lado. Creo que me quedé en tu balcón. Y no fue hace días, fue hace siglos atrás. Cuando la noche nos besaba el estómago.
No creo que te des cuenta.
Aunque te parezca ingenua, aniñada, suave, tierna y delicada, en mi vive ese monstruo que puede amordazarte. Romperte el alma, hacer que sangres y te armes nuevamente. Ese monstruo de cinco cabezas que te hace el amor como nadie, y pierde lo aniñado, lo suave y delicado.
Soy ese animal salvaje, soy la pobre entristecida, soy todo lo que quieras, y me reivindico constantemente, porque es lo único que me queda.
Y así lo triste, lo que te oculto, reaparece, se hace sangre y brota por mis poros. No encuentro la manera de taparlos. No es sudor, es llanto, es anhelo de no se que...es sentirte tan cerca, no sabés cuanto. Es creerte todo y volar en deseos. Es carne al rojo vivo, es tan simple como mirar al cielo.
Y no puedo, perdón, pero no puedo aliviar la carga.
Y si te digo que las cosas van a estar mejor, no te estoy mintiendo, solo te oculto que todo puede ser más triste.
Me gustaría animarme y saltar de una buena vez. Atarme para desatarme luego y sentir como me acerco al suelo.
Y no me tiro porque algo me ata, me quema, me asfixia, me conoce. Me conoce demasiado.
No puedo evitar seguir sintiéndome ajena. No pertenezco a ningún lado. Creo que me quedé en tu balcón. Y no fue hace días, fue hace siglos atrás. Cuando la noche nos besaba el estómago.
No creo que te des cuenta.
Aunque te parezca ingenua, aniñada, suave, tierna y delicada, en mi vive ese monstruo que puede amordazarte. Romperte el alma, hacer que sangres y te armes nuevamente. Ese monstruo de cinco cabezas que te hace el amor como nadie, y pierde lo aniñado, lo suave y delicado.
Soy ese animal salvaje, soy la pobre entristecida, soy todo lo que quieras, y me reivindico constantemente, porque es lo único que me queda.
Y así lo triste, lo que te oculto, reaparece, se hace sangre y brota por mis poros. No encuentro la manera de taparlos. No es sudor, es llanto, es anhelo de no se que...es sentirte tan cerca, no sabés cuanto. Es creerte todo y volar en deseos. Es carne al rojo vivo, es tan simple como mirar al cielo.
viernes, 12 de octubre de 2012
Pobre mi chica sepia
Mi chica sepia se siente gris.
Siente que un lápiz de sombrear ha pintado su rostros y todas las extensiones de su delicado cuerpo.
Es difícil verla en sepia, porque todo es tan gris, ya ni negro.
Pruebo con acuarelas en las noches estrelladas y a veces llego a encontrar ese tono amarillento, casi antiguo, que me gusta.
Pobre mi chica sepia, se siente gris.
Busco, intento, borro, tiño, destiño su cuerpo gris, que ya no es blanco, que ya no es negro, que ya no es sepia.
Pobre mi chica sepia, se siente gris.
Sumerjo su rostro en el agua, intento borrar la tristeza de su rostro con besos enmarañados, susurros desentrañados, palabras incandescentes.
Pero pobre, mi chica sepia se siente gris.
Sacudo su alma, golpeo su desánimo, rompo sus noches vacías, castigo su negación, le transmito mensajes esperanzadores.
Pero mi chica sepia, se siente gris.
Siente que un lápiz de sombrear ha pintado su rostros y todas las extensiones de su delicado cuerpo.
Es difícil verla en sepia, porque todo es tan gris, ya ni negro.
Pruebo con acuarelas en las noches estrelladas y a veces llego a encontrar ese tono amarillento, casi antiguo, que me gusta.
Pobre mi chica sepia, se siente gris.
Busco, intento, borro, tiño, destiño su cuerpo gris, que ya no es blanco, que ya no es negro, que ya no es sepia.
Pobre mi chica sepia, se siente gris.
Sumerjo su rostro en el agua, intento borrar la tristeza de su rostro con besos enmarañados, susurros desentrañados, palabras incandescentes.
Pero pobre, mi chica sepia se siente gris.
Sacudo su alma, golpeo su desánimo, rompo sus noches vacías, castigo su negación, le transmito mensajes esperanzadores.
Pero mi chica sepia, se siente gris.
miércoles, 3 de octubre de 2012
La chica de las tijeras
Hace dos semanas, quizás tres, o quizás más, salí a fumar un pucho en el hall del edificio. Me senté, miré los autos pasar a gran velocidad y entre seca y seca apareció ella. Yo hoy la llamo, la chica de las tijeras.
Habrán sido las diez de la noche, o quizás más o quizás menos. No defino bien el tiempo últimamente. La cuestión es que ella estaba ahí. Parada, mirándome, atemorizándome, esa es la palabra, atemorizándome.
La miré, fijé mi mirada en sus ojos negros penetrantes, hasta que tuve que mirar hacia abajo. Es increíble, por primera vez alguien había hecho que yo baje la mirada. Siempre creí que esa era mi arma, ahora siento que perdí la batalla.
Cuando pude recuperarme de semejante golpe al ego volví a levantar la vista, pero ella ya no estaba.
A los dos días de lo sucedido la volvía e encontrar ahí, en la esquina de mi casa. Me volvió a mirar y me hizo una seña con la mano. Como una idiota me señale el pecho diciendo: a mi? y ella asintió con la cabeza.
Me dio pánico cruzar la calle, pero fui.
Ana, me dijo y no pude decir no que besó mi boca con pasión. Una mezcla de pasión con días enteros, o quizás años de esperar ese beso seguramente.
Cuando me liberé de su roja boca me abrazó tan fuerte que pude sentir sus costillas con las mías. Pobre, sentí pena por su confusión.
Reaccioné a los dos segundos después del suceso y le dije no, no lo soy. Y corrí despavorida como idiota.
Entré a mi casa llorando, asustada, dolida, no se...una sensación difícil de explicar. Ese beso me había marcado.
Por días enteros pensé en lo ocurrido y no pude salir a la calle sin mirar detenidamente la esquina de aquel beso.
Al fin, cuando el delirio se fue corriendo de mi mente me olvidé de esa mágica y alocada experiencia, pero ella no tardó en volver a mi vida. Apareció como el viento en primavera, así de la nada, para gritar nuevamente Ana, suavemente pero con insistencia, y no pude resistir la tentanción de acercarme a su pálido cuerpo.
Volví a decirle, no lo soy, pero por hoy podría ser tu Ana, y la traje a mi casa para besarla nuevamente.
No se como pasó, pero en un instante caí desplomada en el sillón, como si un gigante me hubiese apretado con dos dedos la cabeza.
Al despertar ella estaba ahí, a mi lado, con las tijeras en las manos. Temblé, no miento. Temí por mi vida. No pude moverme por un buen rato, la totalidad de mi cuerpo estaba paralizado mirando su sonrisa.
Ella no dejaba de repetir, Ana, Ana, sos mi Ana, ahora si sos mi Ana.
Al ver que la "paliducha" parecía inofensiva fui a mirarme al espejo del baño. Solo había cortado mi flequillo cambiándolo a recto.
El cambio favorecía mi cara de nada. De ahora en más soy su Ana, y ella, mi chica de las tijeras.
Habrán sido las diez de la noche, o quizás más o quizás menos. No defino bien el tiempo últimamente. La cuestión es que ella estaba ahí. Parada, mirándome, atemorizándome, esa es la palabra, atemorizándome.
La miré, fijé mi mirada en sus ojos negros penetrantes, hasta que tuve que mirar hacia abajo. Es increíble, por primera vez alguien había hecho que yo baje la mirada. Siempre creí que esa era mi arma, ahora siento que perdí la batalla.
Cuando pude recuperarme de semejante golpe al ego volví a levantar la vista, pero ella ya no estaba.
A los dos días de lo sucedido la volvía e encontrar ahí, en la esquina de mi casa. Me volvió a mirar y me hizo una seña con la mano. Como una idiota me señale el pecho diciendo: a mi? y ella asintió con la cabeza.
Me dio pánico cruzar la calle, pero fui.
Ana, me dijo y no pude decir no que besó mi boca con pasión. Una mezcla de pasión con días enteros, o quizás años de esperar ese beso seguramente.
Cuando me liberé de su roja boca me abrazó tan fuerte que pude sentir sus costillas con las mías. Pobre, sentí pena por su confusión.
Reaccioné a los dos segundos después del suceso y le dije no, no lo soy. Y corrí despavorida como idiota.
Entré a mi casa llorando, asustada, dolida, no se...una sensación difícil de explicar. Ese beso me había marcado.
Por días enteros pensé en lo ocurrido y no pude salir a la calle sin mirar detenidamente la esquina de aquel beso.
Al fin, cuando el delirio se fue corriendo de mi mente me olvidé de esa mágica y alocada experiencia, pero ella no tardó en volver a mi vida. Apareció como el viento en primavera, así de la nada, para gritar nuevamente Ana, suavemente pero con insistencia, y no pude resistir la tentanción de acercarme a su pálido cuerpo.
Volví a decirle, no lo soy, pero por hoy podría ser tu Ana, y la traje a mi casa para besarla nuevamente.
No se como pasó, pero en un instante caí desplomada en el sillón, como si un gigante me hubiese apretado con dos dedos la cabeza.
Al despertar ella estaba ahí, a mi lado, con las tijeras en las manos. Temblé, no miento. Temí por mi vida. No pude moverme por un buen rato, la totalidad de mi cuerpo estaba paralizado mirando su sonrisa.
Ella no dejaba de repetir, Ana, Ana, sos mi Ana, ahora si sos mi Ana.
Al ver que la "paliducha" parecía inofensiva fui a mirarme al espejo del baño. Solo había cortado mi flequillo cambiándolo a recto.
El cambio favorecía mi cara de nada. De ahora en más soy su Ana, y ella, mi chica de las tijeras.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)