La sangre putrefacta que brotaba de mis venas era lo más
extraño y lo más hermoso que vi ese día, el último día de mi vida repleta de
espacios vacios, de sueños frustrados, de amores pasados.
Y ella, quien rompió mi anhelo de ser alguien, quien comió
de mi carne nauseabunda, hoy dormía
impávida en mi vientre muriéndose por mí, y yo por ella.
Tantas veces había cortado mis venas en su presencia sin que
si quiera lo notara, que hoy mientras miraba su cuerpo blanco pensé que podría
notar la mancha de sangre que rodeaban las sábanas.
Tan normal era sentirme muerta a su lado que esa noche
cortarme las venas fue lo más sencillo que hice en años.
Lo último que pensé fue come se verían sus ojos colorados al
verme yaciente en su cama, la cama que tantas veces nos vio comernos como
caníbales, mordernos hasta sangrar, lamernos la sangre impura después de horas
de amarnos con locura.
Mi muerte cobro sentido, al sentir que sus ojos
despertaban y con la ultima fuerza que
nacía de mi estómago y recorría mi garganta le suspiré un inquietante te amo,
quizás el único sincero que ella había escuchado.
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